Relato: En la Penumbra de la Muerte - Jonathan Álvarez C. ►Horror Hazard◄

16/3/2020



Un virus muy letal fue esparciéndose desde Asia al resto del mundo, dejando a su paso una estela de agonía. Poco después de convertirse en una voraz pandemia, los fallecidos fueron los que tomaron la  muerte en sus propias manos. Costa Rica no fue la excepción y en esta pequeña historia, Diego un joven vecino de Hatillo, tratara de seguir vivo para buscar y ver por su familia, gracias a la ayuda de un particular extraño que a su manera cuida de la suya. Juntos trataran de eludir a los infectados en la penumbra de la muerte.

Bueno…
Nadie percibió el momento en que finalizó, pero la batalla celestial había culminado y su ambicioso ganador tomó posesión de todo lugar sobre la tierra.

En las famélicas calles, las aglomeraciones deambulaban sin rumbo. ¡Desbordaban! La mayoría de personas que alguna vez transitaron a paso ligero en las cálidas mañanas de verano, atendieron los negocios capitalinos o compartieron lugares de trabajo. ¡Están muertas! Vagando por donde lo solían hacer en vida, con la piel marchita, sus amarillentos y frenéticos ojos incapaces de parpadear; escrutando los caminos en busca de humanos o alimento.

A través de una gran ventana, distinguiendo las indefinidas sombras de dos caminantes silenciosos, que compartían su apático rumbo. Un hombre uniformado observaba mientras ataba sus zapatos y se retiraba del sofá. Un ensordecedor disparo sacudió sus sentidos, las siguientes detonaciones amedrentaron su tranquilidad; cauteloso se dirigió a investigar lo sucedido. El atardecer era sofocado por la maligna contaminación de sus voces.

Que podría perder más, si ya todo por lo que había luchado estaba muerto y no habría forma de recuperarlo, –deducía, con una indignante sonrisa en su transpirado rostro. Su esposa e hija, de tan solo diez años de edad estaban en el cuarto principal, hambrientas y enfermas al igual que él. Necesitaba conseguirles alimento. ¡Pronto!

Cuando el cielo se torna oscuro, los vivos salen en busca de lo que necesitan, talvez con algo de suerte pueda encontrar alguien más con vida que me ayude, –especulaba, mientras se dirigía con calma y tomaba su arma de la mesa, al salir de la casa.

La insana brisa no cesaba, impacientando los intranquilos golpeteos del portón, el cual atravesó sigiloso. De inmediato fue oprimido por el aire helado. Una luz roja palpitante rebotaba en la vieja ventana. ¡Pero la ignoro!

Al final de la avenida un automóvil a puertas abiertas, con sus luces intermitentes laterales señalando una mujer tendida en el suelo frente a él… ¡Mirando al cielo!, con los brazos extendidos, su largo cabello castaño cubriendo parcialmente su pequeño rostro, al igual que hacia su ensangrentado vestido, con sus piernas. Tenía un disparo en la cabeza, la cual reposaba en un oscuro charco de sangre, junto a ella un hombrecillo tumbado boca abajo con múltiples disparos en la espalda.

En la profundidad de los barrios circundantes, los lejanos disparos  el rugir de los neumáticos contra el asfalto, precipitaron su atención. Incluso ahora mismo se siguen, escuchando.

Un muchacho, intentaba encontrar las llaves del automóvil en su interior, mientras dirigía su intranquila mirada en todas direcciones… Pero al darse cuenta que la búsqueda era en vano, salió despacio del desdichado vehículo, mientras de la cochera a su espalda, un niño notando la presencia del distraído joven se abalanzó contra él.

De inmediato el pálido hombre. ¡Apresuró el paso!

Trataba de tomarlo por las manos con fuerza para morderlo, con sus pequeños dedos rígidos y ensangrentados, pero el joven se lo impedía de forma ágil mientras lo que alguna vez fue un infante,
jadeaba mostrando sus dientes teñidos de sangre, su lengua se movía de un lado a otro, mordisqueada, estaba a punto de desprendérsele. Lo golpeo con fuerza varias veces con la cacha de su arma, pero el ataque no se detenía.

Dios mío podría tener la misma edad mi hija, –dijo, atónito el apresurado sujeto.

Cuando logró acercarse lo suficiente para ayudar, tomó al chico del cabello y lo lanzó contra el suelo, lo intento apretar por la garganta con avidez, pero sin éxito, sus corrompidos ojos lo acechaban con furia. Impacientado saco su arma del pantalón y la detono en medio de su asquerosa mirada, hasta que se detuvo. El confundido muchacho aparto su rostro deprisa para impedir ser víctima mortal, de la lógica y la conciencia. Mientras una mirada inquieta lo examinaba.
¿Es la única forma de detenerlos?, ¿verdad? –Dijo, el aturdido joven, mientras revisaba su arma, afanoso.

¡Si…!

Si te quedaste sin balas, disparándoles en el cuerpo… ¡La cagaste! –respondió, asintiendo con la cabeza el conmocionado extraño.

Los pasos se acercaban, las puertas eran golpeadas desde dentro de algún hogar profano y el aullar de los perros salvajes que alguna vez fueron domésticos y ahora nunca más lo volverían a ser, los alertaban. Como si de una venenosa bruma se tratara, los pútridos seres se acercaban.

-Mi casa queda en esta calle vamos deprisa, -dijo mirando con asombro, como el envejecido y desorientado hombre abatido a balazos intentaba levantarse. Podría ser el padre del niño buscando vengar su muerte, aunque él también ya lo estaba.

Las múltiples detonaciones indicaron a los no vivos su ubicación, se acercaban delirantes a pocos metros, uno en pantaloncillos cortos, se tambaleaba rápido con las manos extendidas y esmaltadas en sangre fresca. Detrás de si, quizás, su querida esposa totalmente desnuda, su regordete cuerpo tallado a mordiscos lo seguía impaciente, los descoordinados pasos sacudían su inestable cabeza, cubierta por un largo y fino cabello cano; la inmunda pareja dejaba un rastro de sangre tras de sí, en el asfalto, mientras la multitud seguía sus involuntarios pasos.



Huyeron por la intersección hacia la casa. El muchacho temblaba mientras limpiaba la sangre de sus manos. Las espantosas letanías de sufrimiento y angustia, corroían el ambiente con sus interminables coros de dolor tras ellos. Eludieron los furiosos brazos, sin lograr evitar que los nefastos dedos del mal los rosaran.

Junto a la casa, en el edificio de apartamentos, las intensas luces rotativas de una ambulancia, interrumpían la oscuridad, las portillas traseras permanecían abiertas. En la camilla a medio salir del vehículo se movía inquieta una gran bolsa, cerrada por una cremallera a punto de abrirse y como una gran larva a punto de transformarse en algo espantoso; la horrenda metamorfosis daba inicio. El asecho de los no vivos se cernía por la calle como si un caudal fuese desviado hacia su refugio, con horribles expresiones en el rostro, algunos ni siquiera parecían tenerlo, caminaban golpeándose entre ellos y con los muros o barrotes de las casas.

Lograron llegar y asegurar el ingreso, mientras el pútrido hedor se aglomeraba y golpeaba con furia el acceso.

-Salí a buscar comida y me refugié con mis abuelos en el pequeño centro comercial, junto a la biblioteca, pero nos vimos separados cuando fuimos invadidos –dijo, el desaliñado joven, mientras colocaba su inservible arma en la mesa. 

-Hay comestibles, pero… aunque aún están allí son imposibles de obtener. Ingresamos por detrás, por la salida de emergencias, junto al Banco Nacional, el cual estaba abierto de par en par y todos lo ignoraron… Aunque yo si leí el rotulo que está en su entrada, antes de escapar:

“Estar alerta para prevenir y combatir los síntomas y contagio del coronavirus, que puede ocultar sus síntomas y propagarse más rápido ya que es genéticamente idéntico al del SARS. La CCSS además recomienda, evitar tocarse los ojos, la nariz y la boca, ya que las manos se posan sobre muchas superficies que pueden estar contaminadas con el virus”.

–¡Oh! Lo sé, –dijo, de manera despreocupada, todos los guardias de seguridad lo leímos incrédulos.

–Fue un milagro que te encontrara en mi vecindario, aunque la palabra milagro ya no tiene ningún sentido –dijo, el inquieto hombre.

–No creo que ya alguien rece, es inútil… Ningún poder sobre natural o humano podrá detenerlos, todos mis vecinos cuando salían desesperados a buscar alimento, terminaron siendo devorados. ¡Claro, yo los vi morir a todos! Pero no estoy solo, –asintió, mi amada esposa y mi única hija, están aquí conmigo. Al igual que nosotros tienen hambre.

–¿Cómo te llamas?

Diego –respondió, el agradecido joven.

¿Cuál es el tuyo?

¡Eso no importa! –Dijo de forma súbita, mientras el cansancio lo sometía.

–¿Y… tu familia?

–Ya la conocerás, en un momento –respondió, mientras señalaba el caótico interior de la vivienda. Ensordecedores golpes acompañados por una inmunda entonación de lamentos que se elevaban en tonos delirantes, parecían tomar cada vez más fuerza.

–Mis familiares aún pueden estar con vida, de seguro alguien los ayudo –dijo Diego, con un brillo esperanzador en la mirada.

–Podríamos salir de aquí los cuatro… Buscar algún lugar seguro y comida.

–¡Lo haremos! Aseguró el hombre. Pero aquí hay comida, tomémosla y salgamos por detrás, a ellas les parecerá la idea, –dijo, con su mano sujetando el revólver mientras la otra se encargaba de tomar el hombro de su huésped.

Se apresuraron por el pasillo hacia la habitación, pero el hombre los detuvo, sudaba sin parar y tras una inhalación profunda, apremió la mirada y continuaron. El piso de madera presumía los pasos moribundos tras el cuarto, los hombros de Diego se encogían mientras su andar era cada vez más lento, observaba incrédulo como los escurridos rastros de sangre seca se asomaba con perversión por la rendija del umbral. El hombre abrió y lanzo al joven dentro de la oscura habitación, cerrándola muy rápido. Los alaridos y golpeteos en las paredes, infectaron el lugar, de nuevo la carroña se alimentaba vorazmente.

Las fuertes bisagras, sufrían compulsivos ataques, la puerta principal se rindió a la brutal embestida quebrándose en pedazos. Por la destruida ventana, los cadáveres intentaban su aparatoso ingresó, con sus contagiosas miradas atestando el lugar. Los quebradizos cristales en el suelo, pisoteados, crujían atreves de su torpe andar. Pero antes que llegasen a su presa, mirando el difuso revólver en su mano pálida, temblorosa, el trastornado y confundido hombre lo dirigió a su boca.

• • 

Mientras el cielo de un rojo intenso, se diluía en el negro más profundo de la noche y algunas estrellas se agrupaban tímidas, dándole algo de brillo al angustioso espectáculo. Uno de tantos disparos estremeció el cielo, mientras su eco se reunía con los demás, para abarcar juntos en su totalidad la ciudad de San José.

El arma había caído al suelo, sin haber sido disparada. ¡No esta vez! Un manto oscuro había cubierto su mente, la sensación de vacío ahogó toda su vitalidad, mientras un frío agrio surgió de lo más profundo de sus entrañas, dominando por completo los movimientos espasmódicos de su desteñido y rígido cuerpo, el cual era a su vez consumido con rabia por un hambre incontrolable, las aberrantes visiones a través de sus amarillentos ojos incapaces de parpadear, hurgarían de nuevo el vecindario en busca de humanos o alimento.

FIN.



Jonathan Álvarez C.
Febrero 2020.

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