26/3/2019
Desde que empezaron a salir, he sido un apasionado de los Funko Pop. Su tamaño, la forma de su
cabeza y su variedad, son las cosas que me llaman más la atención. Mi colección alcanza más de 100
figuras, tengo bastante de todo, Marvel, DC, The Walking Dead, Stranger Things, personajes de
terror, músicos, etc.
Y bueno, tener más de 100 figuras no es fácil, aunque algunos han sido regalos, la mayoría los
compré yo con mis ahorros. Algunos los compré acá, otros los he mandado a traer de afuera, incluso
ediciones limitadas. No tengo un personaje repetido, aunque haya versiones del mismo, me gusta
dejarme la primera de ellas.
Por supuesto, de qué valdría tener una colección tan grande si no tengo dónde exhibirla. Por eso
mandé a hacer una estante del tamaño de toda la pared para ubicarlos, claro, dejando espacio
suficiente para los que vienen. ¡Vieran la hermosura!
Un día mientras sacudía el polvo que se había acumulado en el estante, sin querer derribé a Negan
de The Walking Dead. De casualidad mi perro Bummer estaba cerca y lo tomó entre sus dientes, se
lo llevó al jardín y creyendo que era un hueso, intentó devorarlo. Cuando lo soltó, parecía como si
ya el virus lo hubiese revolcado dos veces, las marcas de los colmillos de Bummer le habían
desfigurado la cara, además de haberle separado una pierna y a Lucille.
Con el corazón partido tuve que ir a la tienda a buscar otro, pero lastimosamente ya no tenían esa
versión y no tenía dinero para mandarlo a traer afuera. Tuve que comprar otro Negan, ni modo.
Llegué a la casa, desempaqué al “usurpador” (así le puse de cariño) y lo ubiqué donde estaba el
antiguo. Bien que mal, mi colección estaba completa de nuevo. Me fui a dormir con el alma en paz.
A la mañana siguiente cuando fui a ver mi colección, encontré al nuevo Negan en el suelo. De seguro
lo coloqué mal y cayó en algún momento de la noche. Lo volví a ubicar en su lugar y continué mi día.
Al día siguiente, me desperté apresurado porque tenía una cita médica, bajé directo a la cocina para
prepararme un cereal y al abrir la refrigeradora para sacar la leche, el nuevo Negan estaba adentro.
¿Seré sonámbulo? Pensé. Yo vivo solo en mi casa y Bummer no tiene esa capacidad. Una vez más lo
ubiqué en su lugar y me fui.
Todo el día pasé dándole vueltas a qué pudo haber pasado y no me quedó de otra que aceptar que
camino dormido y que me siento culpable por haber tirado al Negan viejo al suelo y ocasionado su
destrucción.
Camino a casa compré una pizza pequeña para cenar, es que bueno, tener una colección así me
reduce el presupuesto de la comida. Cuando llegué, lo primero que hice fue revisar mi colección.
Todo estaba en completo orden, ni el más mínimo cambio. A la mañana siguiente cuando abrí la
puerta del microondas para calentar la mitad de la pizza de la noche anterior, mi cuerpo se congeló
al ver adentro al nuevo Negan. ¿Qué demonios está pasando acá? ¿Es acaso una broma? ¿Me estoy
volviendo loco? Esta y otras preguntas pasaban por mi cabeza y la llenaban de angustia.
Los días siguientes, al despertar, encontraba al nuevo Negan en mis gavetas, dentro de ollas, en el
horno de la cocina, incluso en la lavadora. Y cada día volvía a ponerlo en su lugar. Esa situación me
estaba volviendo loco y no tenía a quién acudir porque, ¿quién creería mi historia? Cerraba bien las
puertas, dejaba amarrado a Bummer, incluso, por las noches hasta yo me amarraba un pie a la cama
por si me levantaba dormido y nada. El nuevo Negan seguía apareciendo en otro lugar.
Una noche, un estruendo me despertó. Como si algo se estuviese estrellando contra la pared varias
veces. Bajé con cuidado por si era un ladrón, encendí la luz y mis ojos no podían creer lo que estaban
viendo. Como salido de una pesadilla, se encontraba sobre el piso de mi sala, el nuevo Negan. Estaba
hecho pedazos. Todas sus partes esparcidas en el lugar. Sólo estaba yo en la sala. Bummer estaba
afuera.
Por fin, en ese momento logré entender lo que pasaba. Casi al punto de volverme loco, lo logré. No
había sido yo, ni Bummer, ni un fantasma, ni un ladrón. Me fui a la bodega donde había puesto al
viejo Negan por si no encontraba un sustituto, lo saqué, tomé una toalla y lo limpié, calenté la pistola
de silicón, pegué su pierna, pegué a Lucille y lo puse de nuevo en su lugar. Solo así, las cosas
volvieron a la normalidad.
Inspirado en una historia de Camilo Rodríguez Chaverri.
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