Mi historia paranormal: La despedida

Si decir adiós es difícil, más debe serlo cuando dejas esta Tierra.


I

Arturo era el esposo de mi cuñada. Era una de esas personas que desbordaba gracia y te hacía reír, pero conforme lo conocías, podías darte cuenta de su verdadera personalidad. No quiero hablar mal de él, así que sólo diré que lo trataba cuando era necesario.

Era lunes por la mañana y me encontraba en ese estado de vigilia donde estás entre despierto y dormido. Podía escuchar la charla indistinta entre mi esposa y su hermana; se me hizo curioso que la viera tan temprano, pero así solían encontrarse.

Todavía recostado y con los ojos cerrados, escuché que alguien entraba a la habitación. Pensé era mi esposa, pero de inmediato sentí que no era ella. Entonces me di cuenta se trataba de Arturo, el marido de mi cuñada, que como solía molestar a todos pensé quería fastidiarme interrumpiendo mi descanso. Yo me hice el dormido.


II

Sentí cómo se paró del lado de mi cama y se inclinó para quedar a mi nivel; tomó con fuerza mi mano izquierda y de inmediato hice un movimiento para que me soltara, pero sólo logré que me sujetara con ambas, eran grandes, ásperas, frías. Fue ahí cuando quise abrir los ojos pero no pude; de hecho me di cuenta que no estaba soñando, ni despierto, sino sumido en una especie de estado irreal, al tanto de mi conciencia y mi cuerpo, mas sin poder abrir los ojos.

Me habló. No entendí sus palabras, sólo sentí las decía con pesar y tristeza, como si estuviera lamentándose por algo; pude distinguir hablaba sobre su esposa e hijo, de entonces 8 años.



En ese instante escuché a la lejanía el distintivo ringtone del celular de mi cuñada, quien a los pocos minutos lanzó un grito desgarrador mientras yo seguía sintiendo las manos de Arturo, que lentamente soltaban la mía, pero era más como si se desvanecieran.

Hasta entonces pude abrir mis ojos y en eso mi esposa entró al cuarto llorando; todavía aturdido por la experiencia y sin saber lo que pasaba, la abracé.


III

Arturo había fallecido durante la madrugada al estrellar su auto de frente contra un camión de materiales para la construcción. Venía de la ciudad de Morelia, a unas cuantas horas de donde vivo. Había bebido y al parecer se quedó dormido al volante, su muerte fue instantánea.

Estoy seguro que su espíritu vino a pedirme que cuidara de su familia. Fue un halago tuviera la confianza para pedírmelo, aunque lamento las cosas hayan salido muy diferentes.


A veces pienso cuánto miedo debió sentir Arturo al saberse muerto, el dolor de ya no ver a su familia, de dejarla desprotegida. La vida dura un segundo, un suspiro y más allá de esas frases poéticas donde se nos dice que debemos aprovecharla, lo que a veces reflexiono es en cómo será ese instante cuando me vaya. ¿Estaré aterrado? ¿De quién me despediré? ¿Mi transición será en paz o con angustia? No lo sé, pero espero tener valor para no sentirme solo.

Esta no es una historia de ficción.

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