Genios del Horror: Edith Wharton ▶Horror Hazard◀

Abril 5, 2021 



Los cuentos de Edith Wharton no inquietan por sus ecos de ultratumba, 

sino por su sensibilidad para entender los cambios

Santiago Roncagliolo



Nacimiento: 24 de enero de 1862, Nueva York, Estados Unidos

Fallecimiento: 11 de agosto de 1937, Pavillon Colombe, Saint-Brice-sous-Forêt, Francia

Obras notables: La edad de la inocencia; Cuentos Inquientantes

Nombre de nacimiento: Edith Newbold Jones

Causa de la muerte: Accidente cerebrovascular


Edith Wharton fue coetánea de Virginia Woolf, a ambas no les faltaron lectores y coexistieron en una época emocionante como mujeres. Sobrellevaron el siglo XIX y dieron la bienvenida al XX.  Wharton fue tres veces candidata al Nobel, fue la primera mujer que consiguió un Pulitzer, con su novela La edad de la inocencia, y también la primera con un doctorado honoris causa por la Universidad de Yale. 


Fue la pupila de Henry James, se paseaba en su carro, amaba por igual a hombres y mujeres, conseguía su divorcio, ganaba dinero con sus novelas y se introducía como reportera por los frentes de la primera Guerra Mundial en una moto.  Eran los años de los fantasmas, de los aires góticos en la temática literaria que a las mujeres les servía para mostrar sus propios miedos y demonios. Wharton desarrolló una gran sensibilidad hacia lo misterioso y oculto de la existencia.


Bisexual, divorciada y esposa engañada, Edith Wharton dedujo que la siguiente revolución sería la de las mujeres, y que eso producía horror en los hombres. De ahí tomó el material para unos cuentos que no agobian por sus ecos de ultratumba, sino por su dolor para entender los cambios sociales. Autora también de La casa de la alegría (1905), Las hermanas Bunner (1916), La solterona (1921) y La edad de la inocencia (1920), que llevó al cine Martin Scorsese en 1993 y por la que ganó el premio Pulitzer.


La literatura de terror ha ido retratando las pesadillas del ser humano. De hecho, las primeras novelas góticas aparecieron durante la segunda mitad del XVIII, en pleno auge de la Ilustración. Por ejemplo, El monje, de Lewis; El castillo de Otranto, de Walpole, y luego vampiros por doquier y monstruos definieron al mundo con catacumbas y espectros. 



Llegados a la Revolución Industrial, se creó un lector diferente, más desconfiado y materialista, con poco estoicismo para los súcubos demoniacos. A esta clase de lector, autores como Oscar Wilde y Henry James cambiaron los monstruos por los enardecimientos. Recordemos el retrato de Dorian Gray, el verdadero refractario del protagonista es su narcisismo. En la magistral Otra vuelta de tuerca, estamos ante un brote psicótico de la abrumada institutriz. El adversario ya no viene del más allá porque se lleva dentro y para mi, eso es escalofriante.  No es extraño que Wharton haya probado fortuna con sus Cuentos Inquietantes, que abordan entre el cuento de fantasmas y el humor negro.


En cuentos como “El veredicto” o “La duquesa orante”, lo sobrenatural se mantiene en la sombra de lo relatado o creído por la sociedad, enredado con otros pequeños ingredientes como lo son los misterios e incertidumbres. “Una botella de Perrier” y “Un viaje” exploran el territorio de lo macabro con un humor que anticipa a Roald Dahl, o a las revistas de misterio presentadas por Alfred Hitchcock.


Wharton amaba los perros. Su historia de fantasmas más encantadora y menos aterradora trata sobre una jauría canina que escarmientan a una amante encerrada en una torre por su cruel esposo. 


Una lectura pausada deja claro que en estos cuentos lo inquietante no viene del más allá, sino de la almohada que está a la par. Muchos de ellos retratan los miedos masculinos ante las nuevas situaciones de su época, como el divorcio (“Los otros dos”), la obligación del éxito (“Un cobarde”) o las responsabilidades paternas (“La misión de Jane”). E inclusive el único cuento fantasioso llamado la “La plenitud de la vida”, pone en escena una agria sátira del matrimonio.



"Oh, hay uno, por supuesto, pero nunca lo sabrás", le dice una dama inglesa a una pareja estadounidense apasionada al comienzo de una de las historias de Edith Wharton. El uno, por supuesto, es un fantasma. Los estadounidenses son nuevos ricos y, por lo tanto, necesitan una propiedad. Su mansión no necesita ni agua caliente ni electricidad. Su único requisito es que haya un fantasma en la residencia, y la única casa encantada que su anfitriona puede ofrecer es una casa de campo, en Dorsetshire, cuya fantasma es tan vaga como un fantasma mismo. La historia apareció en Tales of Men and Ghosts, una colección publicada en 1910, mientras Wharton todavía vivía con su esposo, Teddy, en Mount, la propiedad en los Berkshires que ella diseñó y expandió según lo permitían sus ingresos por escrito. The Mount se vendió en 1911 —el fantasma del divorcio se coló— y después de que los Wharton se mudaron, el lugar se hizo famoso como una casa encantada cuyos fantasmas no se preocupan por la ambigüedad o los disfraces, como en las primeras páginas de “Afterward”, sino que deambulan libremente por las colinas y los pasillos en todo momento del día y de la noche. 


Durante sus últimos años de matrimonio, Teddy Wharton se había convertido en un incontrolable histérico; probablemente sufría de depresión maníaca, al igual que su padre, que murió en un manicomio. Fue Henry James quien instó a que Wharton se separara definitivamente de su esposo, después de presenciar al menos un incidente "violento" en The Mount.


Los murmullos de actividad paranormal en The Mount comenzaron después de que la casa se convirtiera en una escuela para niñas en los años cuarenta, y se acrecentaron cuando la empresa de teatro Shakespeare and Company se instaló allí en los años setenta. Los artistas fueron desahuciados hace más de una década en una controversia entre propietarios e inquilinos que, públicamente, no parecía estar relacionada con lo sobrenatural. No obstante, nada cautiva más al diablo que un grupo de adolescentes, salvo posiblemente un grupo de actores. Cuando un psíquico visitó la propiedad, afirmó haber visto a un hombre atrapado en la habitación, amenazando con desmembrar a una mujer con un hacha. 



En un prefacio de sus historias de fantasmas, Wharton escribe: "No creo en los fantasmas, pero les tengo miedo". Después de un ataque de fiebre tifoidea cuando era niña, Wharton escribe en su autobiografía, “A Backward Glance”, que regresó del borde de la muerte con un "miedo crónico" que se sentía como una "asfixiante agonía de terror". Hasta bien entrada la edad adulta, no dormiría sin una luz y una criada presente en su habitación. "Era como una amenaza oscura e indefinible, que siempre acechaba mis pasos, acechaba y amenazaba". 


El silencio y la continuidad son las condiciones bajo las cuales florecen los fantasmas, escribe Wharton. El aislamiento y la soledad son piedras temáticas de Wharton, ya sea emocionalmente entre la alta sociedad neoyorquina o viviendo al día en una granja en medio de las condiciones más sombrías de un largo invierno. 




Después de leer varias de sus obras, uno llega a comprender lo natural de ver un fantasma, pues el miedo real de una mujer cuya única oportunidad de escapar de un matrimonio inestable fue a través del éxito de su pluma. Como señala J. Nicole Jones para el Paris Review: ¿Cómo han cambiado tan poco los miedos de las mujeres en el curso de un siglo? El "demonio nativo de la preocupación" sigue de cerca todavía.  


Cuando se explora a Wharton se corre el riesgo de ver el reflejo de los personajes del horror literario cuya descendencia ella provocó, casos de mujeres cuyo tabernáculo del "pánico" y el "desasosiego" estaba en las historias ellas escribieron. Por ejemplo, la historia de Wharton "Embrujada", brillan los vampiros de Karen Russell o en “Los ojos”, se refleja la niña asesinada de Carmen María Machado. 


Sofia Coppola está en la producción de su primera serie de televisión como directora, la adaptación de la novela Las costumbres nacionales de Wharton, dentro del acuerdo que la cineasta ha firmado con Apple TV+. Esta novela cuenta la historia de Undine Spragg, la hija de una familia de nuevos ricos del medio oeste que se traslada a Nueva York, donde deben abrirse camino a través de una enrevesada jerarquía social. Undine manipula su matrimonio con un elegante miembro de la sociedad neoyorquina para hacerse respetar para ella. “Undine Spragg es mi antiheroína literaria favorita, estoy emocionada de llevarla a la pantalla por primera vez”, ha dicho Coppola tras el anuncio del proyecto. 


El sensor de fantasmas de Wharton se basó en su consciencia de la real presencia de éstos, pero de manera abstracta. Cada vez que termino uno de sus cuentos, reflexiono sobre la posibilidad de llegar a ver uno. Uno espera al menos tener la oportunidad de poder musitar algunas frases de letanía de un exorcismo perturbador, pero a la vez de disculpa y sentirme así menos desolado por mi propia intranquilidad. Esto tiene nombre, es la aprensión merodeadora que escruté en las historias de fantasmas de Wharton, quien instaló su residencia en Francia, donde murió en 1937.


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