20/30/2019
-Es una lástima que la señora Hernández no haya podido arreglar este pleito de la casa antes
de morir. Aunque ella no quería que ustedes vivieran acá y a falta de un testamento, por ser
sus únicos parientes, la casa les queda a ustedes-. Dijo el abogado a Sergio y su familia.
Él, su esposa Laura y su hijo recién nacido, habían venido de muy lejos para la lectura del
testamento de Ana Hernández, madre de Sergio. Lastimosamente, Ana desistió de hacer
uno antes de morir. Los nuevos dueños se instalaron inmediatamente.
Sergio trabajaba desde la casa y Laura daba clases de arte en el centro de la ciudad. Sergio
además se encargaba de la limpieza de la casa y entre los quehaceres más odiados que
tenía, se encontraban dos: barrer la casa y limpiar el retrato de Ana que colgaba en la sala
haciendo alarde de sus trenzas grises y para hacerlo debía subirse a una escalerilla para
poder alcanzarlo. En cuanto a barrer, la casa era de dos pisos y con rincones incómodos que
le obligaban a agacharse para recoger la basura acumulada. Vivía reclamando a su esposa
la gran cantidad de cabellos que se formaba al final de cada barrida, culpándola de ello por
su abundante cabellera.
Laura suponía que esta situación pasaba a que recién había salido de su embarazo y alguna
cuestión hormonal. Por eso era constante verla comprando en el supermercado champús y
acondicionadores, de diferentes marcas, tipos, colores y aromas. Pero la caída del pelo no
parecía detenerse y además debía lidiar con las cansonas quejas de Sergio cada vez que se
encontraba un cabello en el piso.
Una noche, su hijo los despertó pues hacía un extraño sonido, como ahogándose.
Rápidamente lo llevaron al hospital y luego de una revisión exhaustiva, encontraron un
cúmulo de cabellos en su aparato respiratorio. Por fortuna lograron extraerlos antes que
fuera muy tarde.
Laura entró en una crisis tal, que no quería estar cerca del bebé, para que, si se desprendía
un cabello, no le cayera a él. Ni siquiera le daba de mamar, se sacaba la leche y se la daba
Sergio en un biberón.
Un día, Sergio fue al centro a revelar unas fotos que habían tomado antes de mudarse a su
nueva casa. De regreso, las iba revisando cada vez que esperaba en un semáforo y notó que
Laura mantenía el mismo volumen de cabello actualmente. ¿Cómo no me he dado cuenta
de ese detalle? Dijo en su mente. Si Laura tuviese un problema, debería tener menos cabello
que antes, pero las fotos demostraban lo contrario.
Una llamada telefónica le sacó de su pensamiento, era Laura, llorando. Sergio no podía creer
lo que estaba pasando, aceleró su carro y se enrumbó a casa.
La escena que encontró Sergio era inexplicable. Laura estaba sentada en el sillón con el
bebé en sus brazos. La sala estaba llena de cabellos por todo lado. Se había arrancado el
cabello con ayuda de un cuchillo. El bebé estaba inerte, de su boca brotaban puños de
cabello que le asfixiaron. Laura, en medio de su llanto, solo atinaba a decir “Yo no fui”.
Sergio, inundado de cólera, tomó a Laura por el cuello y la apretó tan fuerte que pronto sus
ojos enrojecieron y el sonido de sus vertebras quebrándose retumbó en la sala. Cuando
cayó en cuenta de lo que acababa de hacer, tomó el cuchillo y en el centro de la sala se lo
clavó en el cuello.
Poco a poco, mientras la sangre brotaba, Sergio se iba desplomando, mirando por última
vez esa abominable escena, en la sala que tanto le costaba barrer, frente al cuadro que
tantas veces limpió y que hasta en ese ultimó momento, notó que ya no tenía cabello.
Tags
2019
costa rica
historia
historias
horror.
jonas
jonathan cordoba
noticias
otras historias
terror
una historia descabellada